Que INAH participe en la reconstrucción de viejas capillas y monumentos en el Panteón.
Oloroso a cempasúchil y juncia, adornado con velas y flores, limpio luce ahora el camposanto de San Cristóbal, donde las familias están arreglando las tumbas, como es costumbre, en preparación por el “Días de Muertos” y “Fieles Difuntos”. Muchachitos y jóvenes con cubetas azadones y botes de pintura ofrecen limpiar y retocar los monumentos, mientras que los primeros músicos ansiosos de trabajo ya esperan a las familias que quieren alegrar a sus difuntos. Recordar al amado ser que se nos adelantó, que se fue de esta vida… matraca. La muerte, esa perdida de las funciones irreversible del cuerpo que es estudiada por la Tanatología, entendida como los fenómenos cadavéricos y de descomposición que se van presentado, que se debe inhumar, o cremar.
Enhorabuena lo que sí es nuevo es el Velatorio Municipal, obra propuesta por la Ing. Idalia García, directora del DIF. La flamante construcción que mucho servirá, consta de salas para dos velorios a la vez, cocineta y lugares para descansar. Sirve para dos finalidades: hacer accesibles los servicios funerarios a la población en general, y evitar la congestión vial de las procesiones fúnebres que pasan por las principales avenidas de la ciudad. Además, el área afuera del panteón, amén de los puestos de flores, velas, comida y bebida, ya cuentan con baños permanentes para los visitantes.
El problema del panteón ahora es el sobrecupo. Ya tiene más de un siglo (la capilla data de 1908), y para una ciudad de 165,000 habitantes, no hay mas terreno. Urge también un nuevo panteón. Pronto habrá que hacer monumentos de 5 o 6 pisos, con difuntos apilados unos sobre otros, al estilo Tuxtla. Otra solución al sobrecupo es la cremación. Actualmente un servicio funerario completo incluyendo el traslado al crematorio de Tuxtla sale en unos $10,000 más el costo de un nicho en el Carmen. Se puede prever un auge en las cremaciones, ya que la inhumación (entierro) con una fosa en el panteón cuesta de unos $14,000 a $35,000, más aparte la construcción del monumento.
Ya por tanta construcción nueva al lado de la calzada principal, no se ven muchos de los monumentos de antes, como aquel que estaba marcado con una estrella de Israel, tumba de la hija única de una pareja judía. Aunque se conserva orgullosa la columna que conmemora al Coronel Crescencio Rosas (1876, trasladados los restos del panteón antiguo), muchas de las tumbas añosas son abandonadas, sin familiares aquí que las cuiden y mantengan. Se van desmoronando, cayendo ya sea por el tiempo o por las mañosadas de algunos que una vez tiradas quieren adueñarse de los espacios. Sin embargo, éstas son históricas y dignas de preservación, patrimonio de la ciudad, que debe interesar al INAH con un presupuesto 2011 adecuado para ello. Urge reconstruir viejas capillas y monumentos de más de un siglo a punto de caerse. El INAH tiene mucha responsabilidad en esto.
Por fortuna, todavía se conserva la misteriosa “tumba de las sirenas,” donde yace Enedina García, 1876-1900. Como no tiene figura religiosa alguna, sino únicamente las sirenas, y se ubica en el extremo sur del cementerio junto a la barda, la creencia popular es que se trata de una bruja. Todavía llegan jóvenes a dejarle flores y pedirle favores y suerte en los amores (hoy luce recién repintado su nombre).
Los ritos para el Día de Muertos en nuestro país, fruto de la mezcla de tradiciones prehispánicas y católicas, son famosos mundialmente por su alegría y colorido, además del hondo sentimiento con que se conmemoran a los difuntos. Cada región es diferente, en sus costumbres y en sus creencias. Las flores de cempasuchitl también iluminan el camino de los difuntos hacia los altares donde sus familiares los esperan con agua para refrescarlos, sal para purificarlos, velas, comida y ofrendas diversas. En San Cristóbal, conviven las ideas católicas y evangélicas, masones y liberales, y hasta musulmanas o budistas, con otras milenarias de la región. Todavía se oyen a los viejitos decir que tenemos un nagual en forma de animal que contiene nuestro espíritu y cuya muerte provoca la nuestra, que después de morir hay que andar un camino largo y oscuro, iluminado solamente por nuestros ahijados como estrellas. Allí nos castigarán nuestros pecados… hasta las tortillas desperdiciadas en esta vida.
Han habido ritos fúnebres desde antes de que existía la humanidad como la conocemos. Incluso dicen que los elefantes y los chimpancés cubren sus muertos con hojas y llegan a visitar los huesos periódicamente. Las tumbas más antiguas de la humanidad son todavía anteriores al Homo sapiens: esqueletos neanderthales pintados con ocre rojo y enterrados con flores. La primera tumba de un Homo sapiens se encuentra en Israel y data de 130,000 años antes de Cristo. Recién se descubrió una cremación en Australia con 60,000 años. Los antiguos egipcios practicaban el embalsamamiento desde 6000 años antes de Cristo por su creencia que el alma residía en el cuerpo momificado. Aquí en Chiapas se descubrió la pirámide con la tumba más antigua de Mesoamérica en Chiapa de Corzo, que data de 700 años antes de Cristo.
Mientras que amamos a nuestro difunto por lo que nos significaba en vida, al mismo tiempo su cadáver es un peligroso foco de bacterias patogénas. Por esta ambivalencia de amor y miedo, hay una gran variedad de costumbres funerarias en el mundo que buscan conmemorar a los muertos a la vez que proteger a los vivos de su terrorífico poder. Por lo general, el ser humano venera a sus ancestros mientras que le asustan los fantasmas, y sus ritos procuran dar honor a unos y aplacar a los otros. Los zoroástricos consideraban los cadáveres impuros, indignos de inmolarse en el fuego sagrado ni de enterrarse en la tierra. Los dejaban en las llamadas “torres de silencio” donde fueron consumidos por aves de rapiña. De igual manera, los actuales budistas en partes de Mongolia y Tibet dejan los cuerpos a los perros, por considerarlos cáscaras sin importancia que ya dejaron de albergar al alma.
Mientras que aquí construimos lujosos monumentos a nuestros familiares difuntos, los hindúes creman sus muertos y esparcen las cenizas en el río sagrado del Ganges, donde no dejan ningún rastro permanente. Anteriormente en muchas partes del mundo, se sacrificaban las esposas, los esclavos y hasta los animales de los hombres importantes para que acompañaran a su amo en el otro mundo. Todavía en Japón y China se queman billetes para los muertos y los incineran con sus objetos personales y con monedas para el más allá. Los familiares enlutados se visten de blanco en la India, de negro aquí, mientras que en Sudáfrica se rapan la cabeza. En todo el mundo se observan ritos funerarios y períodos de luto. Entre más nos enteramos de los datos curiosos de otras culturas, más podemos sentir la semejanza fundamental de toda la raza humana ante nuestro fin común.
Enhorabuena lo que sí es nuevo es el Velatorio Municipal, obra propuesta por la Ing. Idalia García, directora del DIF. La flamante construcción que mucho servirá, consta de salas para dos velorios a la vez, cocineta y lugares para descansar. Sirve para dos finalidades: hacer accesibles los servicios funerarios a la población en general, y evitar la congestión vial de las procesiones fúnebres que pasan por las principales avenidas de la ciudad. Además, el área afuera del panteón, amén de los puestos de flores, velas, comida y bebida, ya cuentan con baños permanentes para los visitantes.
El problema del panteón ahora es el sobrecupo. Ya tiene más de un siglo (la capilla data de 1908), y para una ciudad de 165,000 habitantes, no hay mas terreno. Urge también un nuevo panteón. Pronto habrá que hacer monumentos de 5 o 6 pisos, con difuntos apilados unos sobre otros, al estilo Tuxtla. Otra solución al sobrecupo es la cremación. Actualmente un servicio funerario completo incluyendo el traslado al crematorio de Tuxtla sale en unos $10,000 más el costo de un nicho en el Carmen. Se puede prever un auge en las cremaciones, ya que la inhumación (entierro) con una fosa en el panteón cuesta de unos $14,000 a $35,000, más aparte la construcción del monumento.
Ya por tanta construcción nueva al lado de la calzada principal, no se ven muchos de los monumentos de antes, como aquel que estaba marcado con una estrella de Israel, tumba de la hija única de una pareja judía. Aunque se conserva orgullosa la columna que conmemora al Coronel Crescencio Rosas (1876, trasladados los restos del panteón antiguo), muchas de las tumbas añosas son abandonadas, sin familiares aquí que las cuiden y mantengan. Se van desmoronando, cayendo ya sea por el tiempo o por las mañosadas de algunos que una vez tiradas quieren adueñarse de los espacios. Sin embargo, éstas son históricas y dignas de preservación, patrimonio de la ciudad, que debe interesar al INAH con un presupuesto 2011 adecuado para ello. Urge reconstruir viejas capillas y monumentos de más de un siglo a punto de caerse. El INAH tiene mucha responsabilidad en esto.
Por fortuna, todavía se conserva la misteriosa “tumba de las sirenas,” donde yace Enedina García, 1876-1900. Como no tiene figura religiosa alguna, sino únicamente las sirenas, y se ubica en el extremo sur del cementerio junto a la barda, la creencia popular es que se trata de una bruja. Todavía llegan jóvenes a dejarle flores y pedirle favores y suerte en los amores (hoy luce recién repintado su nombre).
Los ritos para el Día de Muertos en nuestro país, fruto de la mezcla de tradiciones prehispánicas y católicas, son famosos mundialmente por su alegría y colorido, además del hondo sentimiento con que se conmemoran a los difuntos. Cada región es diferente, en sus costumbres y en sus creencias. Las flores de cempasuchitl también iluminan el camino de los difuntos hacia los altares donde sus familiares los esperan con agua para refrescarlos, sal para purificarlos, velas, comida y ofrendas diversas. En San Cristóbal, conviven las ideas católicas y evangélicas, masones y liberales, y hasta musulmanas o budistas, con otras milenarias de la región. Todavía se oyen a los viejitos decir que tenemos un nagual en forma de animal que contiene nuestro espíritu y cuya muerte provoca la nuestra, que después de morir hay que andar un camino largo y oscuro, iluminado solamente por nuestros ahijados como estrellas. Allí nos castigarán nuestros pecados… hasta las tortillas desperdiciadas en esta vida.
Han habido ritos fúnebres desde antes de que existía la humanidad como la conocemos. Incluso dicen que los elefantes y los chimpancés cubren sus muertos con hojas y llegan a visitar los huesos periódicamente. Las tumbas más antiguas de la humanidad son todavía anteriores al Homo sapiens: esqueletos neanderthales pintados con ocre rojo y enterrados con flores. La primera tumba de un Homo sapiens se encuentra en Israel y data de 130,000 años antes de Cristo. Recién se descubrió una cremación en Australia con 60,000 años. Los antiguos egipcios practicaban el embalsamamiento desde 6000 años antes de Cristo por su creencia que el alma residía en el cuerpo momificado. Aquí en Chiapas se descubrió la pirámide con la tumba más antigua de Mesoamérica en Chiapa de Corzo, que data de 700 años antes de Cristo.
Mientras que amamos a nuestro difunto por lo que nos significaba en vida, al mismo tiempo su cadáver es un peligroso foco de bacterias patogénas. Por esta ambivalencia de amor y miedo, hay una gran variedad de costumbres funerarias en el mundo que buscan conmemorar a los muertos a la vez que proteger a los vivos de su terrorífico poder. Por lo general, el ser humano venera a sus ancestros mientras que le asustan los fantasmas, y sus ritos procuran dar honor a unos y aplacar a los otros. Los zoroástricos consideraban los cadáveres impuros, indignos de inmolarse en el fuego sagrado ni de enterrarse en la tierra. Los dejaban en las llamadas “torres de silencio” donde fueron consumidos por aves de rapiña. De igual manera, los actuales budistas en partes de Mongolia y Tibet dejan los cuerpos a los perros, por considerarlos cáscaras sin importancia que ya dejaron de albergar al alma.
Mientras que aquí construimos lujosos monumentos a nuestros familiares difuntos, los hindúes creman sus muertos y esparcen las cenizas en el río sagrado del Ganges, donde no dejan ningún rastro permanente. Anteriormente en muchas partes del mundo, se sacrificaban las esposas, los esclavos y hasta los animales de los hombres importantes para que acompañaran a su amo en el otro mundo. Todavía en Japón y China se queman billetes para los muertos y los incineran con sus objetos personales y con monedas para el más allá. Los familiares enlutados se visten de blanco en la India, de negro aquí, mientras que en Sudáfrica se rapan la cabeza. En todo el mundo se observan ritos funerarios y períodos de luto. Entre más nos enteramos de los datos curiosos de otras culturas, más podemos sentir la semejanza fundamental de toda la raza humana ante nuestro fin común.
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