domingo, 16 de enero de 2011

UN PEQUEÑO PARÉNTESIS

Filiberto Bedolla

Una de las alegrías y satisfacciones en la vida es poder prepararse profesionalmente en cualquier ámbito. Y una de las virtudes que pueda poseer el ser humano es, poder y querer compartir los conocimientos adquiridos con tanto esfuerzo y dedicación. Porque de que serviría adquirir tanto conocimiento si luego lo guardamos solo para nosotros mismos tan celosamente que terminarían por opacarse con el velo del egoísmo, y llevando esos preciosos conocimientos hasta la tumba.
¿No creen amigos que ese proceder sería o es, de lo más ruin y egoísta? El compartir nuestros conocimientos cualquiera que estos sean, para mejorar y orientar a los demás es una tarea noble que habla de la calidad humana de esa persona que brinda lo mejor de él y sus experiencias con el único fin de ayudar y compartir. Y no como el de aprovecharse de sus conocimientos para engañar, lucrar y mentir a costa de la ignorancia de los demás pensando en su beneficio personal.
Pero como usted, como yo, como todos quizá, conocemos o hemos topado en la vida con cierto tipo de personas con asombrosos conocimientos y enorme experiencia, claves de algún éxito que en lugar de compartirlos, florece de inmediato en su desértica alma el espinoso cactus del egoísmo y la cerrazón. Y lo único que uno puede hacer, es alejarse de ellos llevándose dentro del pecho una gran decepción y resentimiento.
Cuando se sabe de alguien avaricioso que atesora sus conocimientos guardándolo en la bóveda de su mente, así como su riqueza material guardándolas bajo el colchón en lugar de usarlas para vivir mejor y compartirlas con quien lo necesite. Simplemente da un cúmulo de sentimientos como, coraje, lástima y repudio. Y con esa actitud mezquina de seguro cada vez más la gente que lo rodea se va alejando de ellos quedando paulatinamente completamente solos, como si fuera un contaminante que expide mal olor. No así como aquel que siempre está dispuesto a ayudar, orientar y compartir.
Este se hace tan preciado que lo visitan innumerables personas, como un gran árbol que brinda sombra generosa, como un manantial de agua pura que nos invita a saciar la sed y la sequía de conocimientos. Así como un río de aguas limpias y cristalinas que en su libre y alegre fluir atraen en su entorno todas las formas de vida a beber de su contenido, admirar su pureza o habitar dentro de ellos.
Pero cuando por algún motivo ese fluir se interrumpe, el agua empieza a estancarse y, como consecuencia, a pudrirse; entonces los que llegaban a refrescarse no vuelven más y los que habitan en ella, comienzan a morir o bien también terminan por abandonar su entorno, y otras formas vulgares de vida se reproducen en la materia putrefacta desarrollándose entonces y nada, ni nadie quiere acercarse.
Parecido a esto sucede con el espíritu de nosotros los humanos. Las personas mezquinas, egoístas, avaras, tramposas, corruptas, sucumben y terminan sus días solos, tristeando, rumiando en sus recuerdos, y tantos secretos y conocimientos terminan por pudrirse. O tanta riqueza queda sin poder llevarla al otro mundo.
Las buenas ideas y los conocimientos sufren el mismo destino que el agua. Podrán ser excelentes y tener un gran beneficio potencial para la sociedad pero, si estas no se dejan fluir, no se comparten, terminarán por rancearse y pudrirse dentro de u poseedor, quien terminará como dije, amargado y con gran contaminación en su corazón.
Dejemos pues, que nuestros conocimientos, nuestras ideas, nuestros proyectos y bienes materiales fluyan libremente, formando una riqueza especial a su paso, permitiendo que el mayor número de personas se beneficien; solamente así podremos hacer buen uso de ese tesoro que es el saber y podremos aspirar a ser felices ayudando a quien lo necesite, preservando puro y cristalino el manantial de nuestra esencia humana como fluir de agua clara.

Hasta la próxima y recuerden: “COMPARTE TUS CONOCIMIENTOS, ES LA MEJOR FORMA DE LOGRAR LA INMORTALIDAD

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