domingo, 20 de junio de 2010

En el Día del Padre: El Cuento de “Juan Chipilín”

Virginia Calhoun de Millán

Agonizaba el viejo rey en su recámara una tarde fría de invierno, a solas con el heredero del trono, nieto del monarca de sólo siete años. Los enemigos del reino, asechados en los linderos del país, nomás esperaban la muerte de su rey para atacar. En eso llegó Juan Chipilín, guerrero anciano y padrino del príncipe, al aposento. Hincándose al lado de la cama, Juan Chipilín dijo,

“Majestad, he venido a ponerme a sus órdenes. Sabe que tiene toda mi lealtad y moriría por su nieto. Mándeme a donde su alteza quiera.”

“Compadre, el más fiel,” dijo el rey moribundo, “Te nombro regente. Te encargo mi reino, que peligra. Cuida mucho a mi nietecito. Es huérfano; hay muchos reyes enemigos. Que no lo maten. Se un padre para él. Solo puedo confiar en ti.”

“Majestad,” contestó Juan Chipilín, “Ya sabes que haré todo lo que este en mi poder para merecer su confianza. Lo que más quiero en la vida es ver a mi ahijado ya en la flor de la edad, fuerte y seguro sobre el trono. Pero ya soy viejo. No sé hasta cuándo alcanzarán mis fuerzas.”

El monarca sacó de su dedo tembloroso un anillo con un solo brillante. “Ten, mi fiel servidor. Este es el tesoro…más valioso del reino.”

Lo recibió Juan Chipilín y lo volteó en su mano, perplejo. “Bonita la sortija, pero ¿qué tiene que ver con la seguridad del reino y del príncipe?”

El rey moribundo meneó la cabeza lentamente. “No es lo que parece. Encerrado en este brillante…un solo deseo. Me lo regaló el…gran mago…cuando subí al trono…cincuenta años ya. Nunca…lo he usado…todavía. Te dejo todo…en tus manos…” Y al decir eso, el rey expiró.

“Padrino,” el niño preguntó después del entierro, “dijo mi abuelito que hay muchos enemigos fuera del país. ¿No será hora de usar el deseo del brillante para salvarnos?”

“Todavía no, mi querido soberano,” contestó Juan Chipilín. “Primero, vemos qué pueden hacer estos brazos flacos y esta espada, con los leales soldados de su majestad. Dejemos el deseo en el último caso.”

Y resultó que los brazos del anciano eran más fibrudos de lo que él creía. Peleó con tanto ahínco Juan Chipilín que animó a todas las tropas, y juntos lograron correr a sus adversarios y asegurar el reino. Ningún enemigo se osó atacarlo después, sabiendo de su fuerza.

El país vivió entonces 7 años de paz y prosperidad, hasta un invierno en que una nueva amenaza llegó. Una inusitada sequía dio lugar a incendios en el campo, acabando con los pastizales. Siguieron violentas tormentas. Se deslavó la tierra de los sembradíos, dejando a gente y ganado hambrientos.

El príncipe, ya de 14 años, se sintió desesperado. “Padrino, ¿qué podemos hacer ahora? Aunque todavía tenemos carne en el palacio, la gente padece hambre. Sin forraje, las bestias pronto morirán. ¿No será hora de pedir el deseo?”

“Sólo hay un deseo, mi rey,” contestó Juan Chipilín. ¿Qué haremos si alguna cosa peor viene después? Primero veamos qué podemos hacer nosotros, Majestad, para alimentar a la población y resanar la tierra. Dejemos el deseo a último caso.”

El viejo guerrero dio órdenes que se abriera la cocina del palacio a la población, para compartir lo poco que había con los ciudadanos. Mientras tanto, Juan Chipilín andaba por los montes de madrugada, recogiendo grandes costales de hojas para alimentar al ganado de la cocina real. Pidió a los sabios del reino remedios para la tierra desgastada y los puso a la disposición de la gente. Logró que todos sobrevivieron hasta que las nuevas cosechas se dieron en la tierra regenerada, y una vez más el país estuvo a salvo gracias a su generosidad.

Casi 7 inviernos después, se acercaba la coronación del príncipe, ya a punto de cumplir sus 21 años. Todos sus súbditos preparaban fiestas para celebrar al nuevo rey, y su padrino pensaba ya descansar de sus labores y disfrutar de su vejez, cuando súbitamente se enfermó el príncipe de gravedad. Ardía en calentura y se retorcía en la cama, agarrando su panza y gimiendo en su dolor, “Padrino, ahora sí, usa el deseo o no llegaré vivo al trono.”

Los ojos del viejo Juan Chipilín se humedecieron. “Mi amado soberano, si es preciso, lo usaré. Pero permíteme hablar con los médicos primero.”

“Ese mal es mortal,” le dijeron los médicos. “El único remedio sería un té hecho del cuero del Pez Negro del Cenote, pero es un animal demasiado feroz que vive en una laguna bajo la cueva. Nadie lo puede matar.”

“Veremos,” contestó Juan Chipilín. Llevando su espada, se metió en el fondo de la cueva, donde una catarata se desplomaba hacía la oscuridad. El anciano se echó un clavado en la cascada, que lo somataba contra las rocas y lo sumergía bajo sus aguas heladas. Pero tanto era su resistencia que Juan Chipilín llegó vivo al cenote donde vivía el temible Pez Negro.

Los médicos que esperaban arriba por la boca de la cueva hablaban entre sí. “Ya era mucho que a su edad pudiera vencer a ese monstruo, para todavía quitarle el cuero y cargarlo, trepando por la gran cascada. ¡Pobre anciano! Pero ¿quién podrá salvar al joven rey ahora?”

En eso alguien señaló hacía la gruta. “¡Miren! ¿No es él?” Y efectivamente, salía Juan Chipilín tambaleando y malherido de la cueva, con el cuero del Pez Negro. Los doctores corrieron a atenderle. “No me hagan caso a mí,” dijo Juan Chipilín. “¡Rápido, lleven este cuero y preparen el té para mi príncipe! Que no se ponga triste por mí: llévenle también flores para sanar su corazón.” Tan eficaz fue la compasión y la medicina que al otro día se pudo llevar a cabo la coronación. Llevaron a Juan Chipilín en camilla a la ceremonia, donde, a pesar de sus heridas, le dio gran satisfacción ver su labor de regente… concluida.

“Mi querido padrino,” le saludó el nuevo rey. “¡Qué bien respondiste a la confianza de mi abuelo! Tú has sido más que un padre para mí. ¡Cómo pudiste salvar al reino y a mí tres veces, con tu fuerza, tu generosidad y tu compasión! Ahora ¿cómo te puedo premiar?”

Olvidado del brillante todavía en su dedo, el anciano dijo “Mi único deseo es poder seguir cuidando tu país para siempre.”

Una luz cegadora dejó a todos atónitos y deslumbrados. Cuando sus ojos se despejaron, no vieron rastro del viejo Juan Chipilín. Donde estaba su camilla, había sólo un árbol, cubierto de flores amarillas.

Todavía se ve este árbol (Diphysa americana) por las tierras de este país. La gente le llama Palo Amarillo o Guachipilín, por el nombre del buen padrino. Conserva la fuerza y resistencia del viejo guerrero en su madera, que sirve para hacer cercas que protegen los terrenos. Las hojas del generoso árbol de Guachipilín abonan la tierra, mientras que sus vainas sirven de forraje a las bestias. Hasta su corteza se usa para curar males del estómago, como si el árbol compadeciera a los enfermos.

Este día del padre, un ¡viva! a los padres chiapanecos, héroes de sus hijos y de este país. Que los padres sepan guiar a sus hijos con la fuerza, la generosidad y la compasión del viejo Juan Chipilín.

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