domingo, 20 de junio de 2010

EL BORDADO ES EL LENGUAJE DE LAS MANOS: JULIO CÉSAR DOMÍNGUEZ DÍAZ


Esta forma de comunicación y trabajo se está perdiendo…
Las emociones, la expresión del sentimiento está en lo artesanal…
Debe de recuperarse esta bella técnica de la expresión…
Elio Henríquez

Con la paulatina pérdida del bordado que llegó con la colonia en los siglos XVI y XVII a esta región, está desapareciendo un elemento importante que era el de “hablar con las manos”, afirmó el antropólogo Julio César Domínguez Díaz, especializado en recuperación de textiles.
Dijo que el bordado, igual que el brocado que se hacía antes de la llegada de los españoles, son actividades que se realizan con las manos, lo que para las mujeres indígenas no es nada más la necesidad de hacer un producto sino de mover las manos, lo que está ligado a una concepción cerebral y a un manejo de emociones.
Añadió que las mujeres indígenas comenzaron a usar sus manos como medio de expresión y se dedicaron a crear modelos artesanales donde expresaban lo que sentían, después de que con la llegada de los europeos se les quitó la palabra a los nativos.
“Cuando hablamos de textiles en Chiapas hay un parteaguas que se da con la llegada de la colonia. Hasta hoy conocemos los brocados maravillosos, porque luego la gente dice ‘los bordados de Chiapas’ pero la mayoría de las comunidades no borda, sino que broca; el modelo es brocar porque al ir haciendo el lienzo en el telar de cintura se van creando los diseños. Bordar es cuando se utiliza una tela previamente fabricada y sobre ella con otro elementos externo se van aplicando hilos decorativos”, explicó.
Señaló que en el caso de América el bordado no aplicaba antes de la colonia; todo era brocar. “En el siglo XVI llegaron las manifestaciones culturales de Europa y la Iglesia católica que intentó hacer modelos de trabajo mediante escuelas de artes y oficios que nunca se consolidaron en Chiapas, iba a los pueblos a trabajar a enseñar las técnicas del bordado, como el crochet, el frivolité, el deshilado mismo y técnicas francesas que se aplicaban mucho en el sur de Francia hacia y el norte de España de donde provenía mucha”, comentó.
En entrevista manifestó que lo anterior se dio también con la llegada de los sacerdotes dominicos y franciscanos, principalmente, y las monjas concepcionistas, quienes más aplicaron el trabajo de enseñar a bordar, tanto que en el 1930 y 1940 en San Cristóbal se conseguían las agujas para el bordado, para el encrochetado y para el frivolité, técnica especial para la cual se usaba una lanzadera de carey, ya extinta.
“Eran técnicas de usos y costumbres tradicionales en Chiapas, pero tristemente se van muriendo cuando el bordado llega a ser una necesidad, que se va dando cuando la gente lo ve como una manera de vivir”.
Julio César lleva nueve años trabajando en el rescate del bordado en Aguacatenango y desde hace tres está haciendo cosas concretas como carpetería deshilada, con el objetivo de consolidar una economía más justa para las mujeres.
Otro de sus propósitos es que habiendo ya en Chiapas un modelo de mestizaje, si se cuida la usanza y la permanencia de ciertos valores indígenas, “se debe de cuidar también lo que llegó de fuera y nos hizo ser mestizos”.
Por las calles del centro de San Cristóbal se pasean todos los días mujeres de Aguacatenango, y de otros municipios, ofreciendo sus bordados.
Domínguez Díaz afirmó que en el municipio Aguacatenango, que se dedicó a trabajar el barro, han rescatado el bordado; “en esa región la gente no hace su ropa sino que la manda a hacer a Venustiano Carranza, pero las mujeres se han caracterizado por hacer un bordado que se llama rococó, de influencia francesa; fue un modelo hoy muy fuerte porque sirve para la alimentación de las familias, pero han perdido el conocimiento del deshilado, de los encrochetados, la tira bordada”.
Dijo que ello tiene que ver con el hecho de que “tristemente lo que se les paga a las mujeres por su trabajo es ínfimo; es impresionante ver cómo una blusa que lleva tres o cuatro días de trabajo de bordado cuando la sacan a la venta les quieren dar 30 ó 40 pesos; ni siquiera el salario mínimo de un día, sin sumar lo que costó la manta y el hilo”.
En cambio, sostuvo, “hay quienes llevan la mercancía a Europa y la comercializan a buenos precios, obteniendo importantes ganancias. Por eso se ha perdido el fribolité en Chiapas, aunque hay zonas donde se hace todavía el crochet; los tojolabales saben hacer buen crochet”.
El otro ejemplo de bordado en Chiapas, refirió, es la zona de Ocosingo y Palenque, donde las mujeres no usan un huipil definido como tal porque por la región que es calurosa utilizaban un enredo y un sute, una tela que se ponían sobre los hombros para cubrir los senos, ya que “antes de la colonia no había la imagen perversa del cuerpo de la mujer y del morbo —era otra manera de concebir la vida— que trajo la Iglesia”.
Expresó que toda la zona chol, desde Ocosingo a Palenque, al no tener un huipil antiguo, las mujeres empezaron a usar una blusa de holanes con un diseño español al que le insertaron punto de cruz que les enseñaron a hacer grupos religiosos que iban trabajando en el siglo XVII y mediados del XVIII.
“Así nació el modelo que hoy conocemos como el bordado de la zona de Ocosingo que se caracteriza por ser muy colorido y tener muchas formas, pero si lo revisamos con cuidado es un bordado religioso porque lo que más encontramos son flores de acanto que son concepciones teológicas-judío-cristianas; flores de conceptos y mitos más religiosos; no tienen flora ni fauna de la región; era un modelo que usaban los grupos religiosos para evangelizar ya que partían de explicar que traían la palabra de Dios y la primera Biblia se escribió en hojas de acanto”, subrayó Domínguez Díaz.
Añadió que en esos acantos y parras los indígenas incrustaron el colorido, pues a diferencia de Europa donde prefieren los colores tenues o combinaciones de blanco con negro o sepias, el indígena “es un ser muy barroco que no concibe el mundo de colores tristes, tiene que ser de colores vivos porque la vida es un existir y vivir entre la competencia con la naturaleza y lo que puede crear el hombre”. Ello explica los vestidos coloridos de zonas como la tojolabal en Chiapas.
Especializado en el tema, remarcó: “Bordar era parte de la elegancia de ser madre de familia, de tener una costumbre”.
Elementos de lo anterior, abundó, están en el pequeño museo de la Casa Utrilla en esta ciudad –que perteneció al general Miguel Utrilla—, donde hay piezas bordadas por la familia Navarro, del frivolité, de crochet, textiles maravillosos que se hacían en los patios costumbristas; hay sillas bordadoras, que tienen que tener la comodidad para que no se lastimara la columna, y se pudiera poner el hilo y la tela entre rodillas y las piernas”.
En ese lugar mostró el modelo de silla que usaban las mujeres para tejer, así como una rueca holandesa que él mismo trajo de aquel país europeo.
En su opinión se debe de impulsar el bordado para que no se pierda, pues en la actualidad se hace más brocado. “En Aguacatenango hemos empezado a rescatar deshilados que no se hacían y hoy es maravilloso ver que las mujeres traen un modelo fantástico de memoria inconsciente que al momento en que se les muestran los procedimiento los aplican como si los hubieran aprendido hace miles de años”.
Ahora en ese lugar, afirmó, hay familias que tienen una nueva economía a partir de esos modelos que se están rescatando. “Es curioso ver que hay gente que al ver esos trabajos tan bellos se niega a creer que son hechos en Chiapas y piensan que se traen de Brujas, Francia, Alemania o Austria y no, se hacen en comunidades indígenas donde se ha retomado un modelo que ya existía”.
El experto consideró que se deben hacer modificaciones para que el Instituto de las Artesanías cumpla una función que ahora no hace, pues se ha convertido “en un minisuper, ya que no tiene un consejo regulador de desarrollo, un centro de investigación, de promoción y desarrollo y menos una escuela de restauración de textiles para recuperarlos, conservarlos y regresar a los modelos y técnicas de usanza antigua”.
Tras afirmar que las mujeres indígenas hacen el bordado de manera natural, lo que no pasa con las mestizas que no tienen la misma paciencia, concluyó: “El bordado es esencial en la indumentaria indígena; lo retomaron en el siglo XVI y XVII y hoy es parte de su vida”.

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