Francisco Millán Velasco
Plácido Morales Vázquez Reflexiona Sobre la Independencia y la Revolución
Para celebrar las Fiestas Patrias y el puentezote que nos regala el gobierno, nada mejor que conmemorar los hechos históricos, la Independencia y la Revolución, cuyos aniversarios caen en este año doblemente centenario. Con esta finalidad, el buen amigo Don Plácido Morales Vázquez, hombre de mente enciclopédica, dio una plática alusiva al tema ante dirigentes de partidos políticos, y cientos de alumnos, catedráticos y autoridades, encabezadas por su Director Lic.Miguel Angel Yánez Mijangos el miércoles pasado en el Auditorio abarrotado de la Facultad de Leyes, UNACH, con el título: “Dos Centenarios y Una Reflexión.
El Lic. Placido Morales, catedrático de la Facultad de Derecho de la UNAM y también actual Secretario de Pesca, señaló que en la historia de Mexico no hay sólo héroes intachables en lucha contra villanos malévolos, sino circunstancias, situaciones y movimientos humanos que son fruto de su tiempo. “La historia es el producto de una época, no de personas y eventos aislados,” sentenció Plácido Morales. “No debe considerarse de manera maniquea, en blanco y negro.” En seguido, nos dio ejemplos de esta complejidad de la historia.
Morales Vázquez explicó cómo la Independencia sobrevino a tres siglos de colonia, donde la Iglesia y la monarquía española dominaban toda la Nueva España. Sin embargo, mientras que España y sus colonias seguían en el atraso, regidos por la Santa Inquisición, en otras partes de Europa la “Ilustración” engendró las ideas liberales que fueron semillas de nuestra independencia: el valor de la “libertad y la igualdad”, y el concepto de que “el poder emana del pueblo”. Antes en Inglaterra ya existía una monarquía parlamentaria desde finales del siglo XVII, donde el rey compartía el poder con sus consejeros súbditos; luego por el año de 1776, en los Estados Unidos se formó la primera nación creada ex profeso como república. Siguió la Revolución Francesa de 1789, con su lema de “Liberté, Igualité, y Fraternité” y el derrocamiento de sus reyes, lo cuál dio ejemplo a Haití, la segunda república independiente de nuestro continente. Napoleón Bonaparte fue electo como Primer Cónsul en Francia, que tras la Revolución, se convirtió en emperador y procedió a expandir su imperio, derrocando al rey absoluto de España, Fernando VII, en favor de su hermano José Bonaparte y dejando en la incertidumbre a todas sus colonias entre ellas la Nueva España (Mexico).
Cuando la Iglesia llamó a desconocer a ese nuevo monarca “ilegítimo,” Miguel Hidalgo, hombre ilustre bien versado en las ideas revolucionarias de su tiempo, tuvo la oportunidad de levantar al pueblo de México en contra de los gachupines que acaparaban el poder en nuestro país, abolir la esclavitud e iniciar la lucha por la independencia. Así es que la propia Iglesia conservadora de entonces contribuyó a la causa liberal. Por un lado, la Iglesia degradó y excomulgó a Hidalgo; por otro lado, cien curas mexicanos, incluyendo a Hidalgo y Morelos, lucharon por la causa independentista, de los cuales murieron 36. Muertos Hidalgo y luego Morelos, la lucha independentista parecía morir también, reducida a grupúsculos aislados encabezados por Guadalupe Victoria y Vicente Guerrero. Que si no fuera por Agustín de Iturbide, bien aconsejado por La Güera Rodríguez, no nos hubiera llegado la independencia, aunque se pagó el precio de unos años de imperio. Las Tres Garantías acordadas entre las partes opuestas entre Iturbide y Guerrero incluían el dejar intacto el control de la Iglesia Católica, una continuación de la situación colonial que duró hasta la Reforma de Don Benito Juárez. No hay simples héroes ni villanos en esta historia.
Los 60 años de inestabilidad que sucedieron a la Independencia, con pronunciamientos de caudillo tras caudillo, invasiones extranjeras y guerra civil, solamente devinieron en paz hasta que todo quedó bajo el mando de Porfirio Díaz. En sus más de 30 años en el poder, las ideas positivistas del grupo de los “100 Científicos” (incluyendo a Emilio Rabasa), con su énfasis en el orden y el progreso, y su lema “Poca política; mucha administración,” permitieron tener, además de la paz, una moneda fuerte, la modernización del país con un sistema ejemplar ferrovial y portuario, el embellecimiento de la Ciudad de México con su Palacio de Bellas Artes y su Ángel de la Independencia, y la inauguración de la Universidad Nacional de México, que vino a suplir a la antigua Universidad Pontifica de México, controlada por la Iglesia.
Sin embargo, el costo, traducido en esclavitud en Yucatán, dos millones de campesinos sin tierras, represión laboral y sindical, control de la prensa, manipuleo de las elecciones y asesinatos, fue demasiado alto. Francisco I. Madero encabezó nuestra Revolución, una Revolución no tanto de ideas sino de una mezcolanza de anarquismo e inconformidades. Madero logró sacar a Porfirio Díaz, sólo para luego caer asesinado por Huerta, iniciando la Decena Trágica de disputa por el poder entre facciones interesadas. Las metas de la Revolución: sufragio efectivo, no reelección, repartición de tierras, un estado laico (no obstante los recientes comentarios burlones de Monseñor Onésimo Zepeda que dijo “esas son jaladas”), una clase media, el sindicalismo, la educación pública y laica y los derechos sociales, no llegaron a México sino hasta 1929 cuando se fundó el Partido Nacional Revolucionario. Plácido Morales concluyó su interesantísima plática citando a Octavio Paz: “a pesar de dos movimientos llenos de heroísmo, de un pueblo sacrificado, no hemos alcanzado la modernidad,” y a Antonio Caso: “Lo que todavía nos hace falta es la democracia.” En este tiempo de polémica, en que los comentaristas acostumbran satanizar a sus oponentes y endiosar a sus aliados, cuando la moderación y la perspectiva para entender ambos lados se pierde, las palabras sensatas de Plácido Morales, de quitar de la mente los extremos de bueno y malo, de blanco y negro; vienen justo al caso. Nos quitemos los extremismos: ser mexicanos es un orgullo y a mucha honra, y eso es lo que se rememora. “¡Viva Mexico, cabrones!”
El Lic. Placido Morales, catedrático de la Facultad de Derecho de la UNAM y también actual Secretario de Pesca, señaló que en la historia de Mexico no hay sólo héroes intachables en lucha contra villanos malévolos, sino circunstancias, situaciones y movimientos humanos que son fruto de su tiempo. “La historia es el producto de una época, no de personas y eventos aislados,” sentenció Plácido Morales. “No debe considerarse de manera maniquea, en blanco y negro.” En seguido, nos dio ejemplos de esta complejidad de la historia.
Morales Vázquez explicó cómo la Independencia sobrevino a tres siglos de colonia, donde la Iglesia y la monarquía española dominaban toda la Nueva España. Sin embargo, mientras que España y sus colonias seguían en el atraso, regidos por la Santa Inquisición, en otras partes de Europa la “Ilustración” engendró las ideas liberales que fueron semillas de nuestra independencia: el valor de la “libertad y la igualdad”, y el concepto de que “el poder emana del pueblo”. Antes en Inglaterra ya existía una monarquía parlamentaria desde finales del siglo XVII, donde el rey compartía el poder con sus consejeros súbditos; luego por el año de 1776, en los Estados Unidos se formó la primera nación creada ex profeso como república. Siguió la Revolución Francesa de 1789, con su lema de “Liberté, Igualité, y Fraternité” y el derrocamiento de sus reyes, lo cuál dio ejemplo a Haití, la segunda república independiente de nuestro continente. Napoleón Bonaparte fue electo como Primer Cónsul en Francia, que tras la Revolución, se convirtió en emperador y procedió a expandir su imperio, derrocando al rey absoluto de España, Fernando VII, en favor de su hermano José Bonaparte y dejando en la incertidumbre a todas sus colonias entre ellas la Nueva España (Mexico).
Cuando la Iglesia llamó a desconocer a ese nuevo monarca “ilegítimo,” Miguel Hidalgo, hombre ilustre bien versado en las ideas revolucionarias de su tiempo, tuvo la oportunidad de levantar al pueblo de México en contra de los gachupines que acaparaban el poder en nuestro país, abolir la esclavitud e iniciar la lucha por la independencia. Así es que la propia Iglesia conservadora de entonces contribuyó a la causa liberal. Por un lado, la Iglesia degradó y excomulgó a Hidalgo; por otro lado, cien curas mexicanos, incluyendo a Hidalgo y Morelos, lucharon por la causa independentista, de los cuales murieron 36. Muertos Hidalgo y luego Morelos, la lucha independentista parecía morir también, reducida a grupúsculos aislados encabezados por Guadalupe Victoria y Vicente Guerrero. Que si no fuera por Agustín de Iturbide, bien aconsejado por La Güera Rodríguez, no nos hubiera llegado la independencia, aunque se pagó el precio de unos años de imperio. Las Tres Garantías acordadas entre las partes opuestas entre Iturbide y Guerrero incluían el dejar intacto el control de la Iglesia Católica, una continuación de la situación colonial que duró hasta la Reforma de Don Benito Juárez. No hay simples héroes ni villanos en esta historia.
Los 60 años de inestabilidad que sucedieron a la Independencia, con pronunciamientos de caudillo tras caudillo, invasiones extranjeras y guerra civil, solamente devinieron en paz hasta que todo quedó bajo el mando de Porfirio Díaz. En sus más de 30 años en el poder, las ideas positivistas del grupo de los “100 Científicos” (incluyendo a Emilio Rabasa), con su énfasis en el orden y el progreso, y su lema “Poca política; mucha administración,” permitieron tener, además de la paz, una moneda fuerte, la modernización del país con un sistema ejemplar ferrovial y portuario, el embellecimiento de la Ciudad de México con su Palacio de Bellas Artes y su Ángel de la Independencia, y la inauguración de la Universidad Nacional de México, que vino a suplir a la antigua Universidad Pontifica de México, controlada por la Iglesia.
Sin embargo, el costo, traducido en esclavitud en Yucatán, dos millones de campesinos sin tierras, represión laboral y sindical, control de la prensa, manipuleo de las elecciones y asesinatos, fue demasiado alto. Francisco I. Madero encabezó nuestra Revolución, una Revolución no tanto de ideas sino de una mezcolanza de anarquismo e inconformidades. Madero logró sacar a Porfirio Díaz, sólo para luego caer asesinado por Huerta, iniciando la Decena Trágica de disputa por el poder entre facciones interesadas. Las metas de la Revolución: sufragio efectivo, no reelección, repartición de tierras, un estado laico (no obstante los recientes comentarios burlones de Monseñor Onésimo Zepeda que dijo “esas son jaladas”), una clase media, el sindicalismo, la educación pública y laica y los derechos sociales, no llegaron a México sino hasta 1929 cuando se fundó el Partido Nacional Revolucionario. Plácido Morales concluyó su interesantísima plática citando a Octavio Paz: “a pesar de dos movimientos llenos de heroísmo, de un pueblo sacrificado, no hemos alcanzado la modernidad,” y a Antonio Caso: “Lo que todavía nos hace falta es la democracia.” En este tiempo de polémica, en que los comentaristas acostumbran satanizar a sus oponentes y endiosar a sus aliados, cuando la moderación y la perspectiva para entender ambos lados se pierde, las palabras sensatas de Plácido Morales, de quitar de la mente los extremos de bueno y malo, de blanco y negro; vienen justo al caso. Nos quitemos los extremismos: ser mexicanos es un orgullo y a mucha honra, y eso es lo que se rememora. “¡Viva Mexico, cabrones!”
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